Relato 16: Caperucita se ha ido
Caperucita se ha ido, y en
el bosque se ha perdido ¡Ay
qué temor!
El
lobo dice: uuuh! El
gato dice: ¡ miau ! Mientras
Caperucita reza una oración:
“Hada
de los bosques sálvame, con
mi mamaíta llévame. ”
Y el
hada de los bosques que
a la niña salvó, con
su mamaíta la llevó:
Caperucita
no te vuelvas a escapar sin
permiso de tu mama.
En el mundo hay muchos lobos, que
parecen caballeros de verdad.
Canción popular, enseñada a mi
madre, en el colegio de monjas de Vinaroz, 1940.
Relato dedicado a todas las Caperucitas que
se atrevieron a cruzar el bosque. Y especialmente, a las que no pudieron.
ISABEL
Me encojo en mi
cama como un embrión que todavía ha de nacer, teniendo una vida por delante
para vivir. Pero yo ya sólo tengo por vivir, en el mejor de los casos, media
vida.
Sólo de pensarlo
me entra ansiedad, porque esta media vida quiero vivirla a mi manera, no a la manera de otros. La canción
canturrea en mi cabeza:
“Caperucita se ha ido…. El lobo dice uuuhhhhh...
Ay qué temor... Hada de los bosques sálvame…”.
Yo… ya he dejado de tener miedo de entrar en un
bosque.
No espero Hadas (o
príncipes) que me salven ni aconsejen.
Me he percatado
que sólo cuento con una persona para tal menester: yo misma. Esa es la razón
de este dolor, de este miedo. La canción me
obsesiona, como me obsesiona la pregunta de Carmen: ¿Esto es todo Isabel? Me aterra la respuesta:
Para ti si ha sido todo Carmen, pero yo
todavía puedo cambiar mi realidad, aunque soy tan cobarde…
Para ser capaz
de cambiar debería convertirme en una chica mala, y ya se sabe que las chicas
malas no están bien vistas, ni van al cielo, aunque claro… van a todas partes.
CARMEN
Me
diagnosticaron el cáncer a principios de verano. Después de la
incredulidad vino la
lucha. Parecía que iba a superarlo. Así lo indicaban las
ganas de vivir que tenía, los planes de futuro que hacía. Porque… claro,
después de enfrentarse a un cáncer, cualquiera debe de replantearse su vida,
antes no: eso es lo patético de la
cuestión. Me explico: Nacida en un
pequeño pueblo rural, a finales de la década de los sesenta, lo normal siendo
mujer era confundir lealtad con sumisión, ya que… ¿Qué muestra más grande de
amor, que ofrecerte en sacrificio a los que más quieres? Mi vida había
sido entregada voluntariamente al servicio de familiares, padres, marido e hijos,
con la creencia de que mis aspiraciones personales eran solo sueños
irrealizables, que la carga de la vida y las responsabilidades, obligaban a abandonar
en la cuneta. De esta forma,
como vives desde muy joven tan deprisa y entregada, es fácil que alcanzado el
2019, tengas los hijos criados y media vida comida. Ahora el que
dirán ya no pesa tanto, y la lucha por la igualdad de géneros ha dado ciertos
resultados. Como mínimo, despertar conciencias.
Por eso es fácil
que empieces a preguntarte: ¿Y yo para
cuando? ¿Porqué nadie pensó en mis sueños? ¿En mis necesidades? Pues yo sí que
siempre he pensado en las suyas… ¿Acaso soy invisible? ¿Será que mis
necesidades no tienen el mismo valor…?.
Con esa primera
reflexión te entra la duda, luego la desilusión, más tarde la frustración y…
poco a poco, como quien está cometiendo un delito y por ello sintiéndote un
poco culpable, llega tu rabia y tu decisión: decides replantearte TU vida,
volverte mala, o sea, quererte un
poco, que tampoco viene mal.
Si… cuando por
fin abres los ojos y tienes el suficiente valor (o mala leche) para hacerte
malvada, va, y te diagnostican un cáncer. ¡Qué mala suerte chica, mira tú qué mala
pata!.
Y me digo
incrédula: ¿Me voy a morir? ¿Esto es todo en mi vida? ¡No hay derecho!.
Ahora que soy capaz de decir NO sin sentirme culpable, ahora que soy capaz de
exigir a los otros, que me devuelvan algo de la generosidad que yo les di
durante tantos años, ahora… ¡no me puedo morir!
Por eso me
agarro a la mano de mi amiga Isabel, ella me entiende, es como yo: de las que formamos parte delas tontas del pelotón. De esas que
suelen abundar, y que todos creen que desde que nacieron están únicamente
destinadas a
continuará (pendiente de publicar)
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