Relato 15: Una historia de Cine.
Este relato de más abajo fue adaptado como articulo escrito en valenciano, y publicado en el periodico El7set. Aquí va el enlace para acceder a él, sino proseguid con la lectura:
http://el7set.es/art/26602/el-tio-fot-li-ceba-historia-breu-dels-cines-a-torreblanca
Estas lineas están dedicadas a toda la gente que nos ha precedido, a todos aquellos y aquellas que ante una pantalla, dejaban atrás los duros días de trabajo y carestía, para soñar, aunque fuera unos instantes.
Si habéis visto la película italiana “Cine Paraíso”, los que sois de cierta edad no habréis podido resistir trasladaros a vuestra infancia o juventud, puesto que este film parece haber encontrado el patrón estándar que calza bien en todos los pueblos, sean italianos o españoles.
Los ojos soñadores e inocentes de Totó, el niño protagonista de Cine Paraíso, podrían ser nuestros propios ojos, y los ojos del resto de niños y niñas que ante una pantalla blanca, aunque fuese una sábana colgada a una cuerda, soñaban ser unos personajes que nunca serían en su vida real, logrando viajar a lugares imposibles para ellos. Momentos únicos que te unían con el resto de vecindario: todos y todas llorábamos, reíamos, gritábamos, nos enamorábamos… en el mismo instante, a veces mientras masticábanos un bocadillo o compartíamos una bolsa de chufas, castañas, cacahuetes o altramuces.
Antes de proseguir cabe remarcar que el Cine fue un conector entre los pueblos y las ciudades desde principio del siglo pasado, al exponer películas de ficción, pero también noticieros. Todo aquello que se pasaba ante aquellos ojos, más ignorantes y crédulos que los actuales, hacía que el hecho de ir al cine se convirtiera en un acontecimiento extraordinario. Nada que ver con el sentimiento que nos mueve hoy en día, empachados cómo estamos todos, todas, de tanta imagen golpeándonos a todas horas, y que nos ha hecho perder cierto grado de sensibilidad.
Desde los más remotos tiempos, la gente siempre se ha reunido para disfrutar de un poco de espectáculo. Antes del cinematógrafo llegaron al pueblo trovadores, juglares, titiriteros, cómicos, espectáculos de varietés ... que improvisando un escenario en un lugar de relieve (habitualmente la plaza) llamaban la atención de los vecinos con canciones, noticias, teatro, música, ferias, circos...
El primer hallazgo relativo a los cines en mi pueblo, ha sido descubrir el personaje del "tío fot-li ceba". (el tio pégale una cebolla)
¿Quién dices? Me preguntaréis, tal como yo me pregunté al escuchar aquel nombre.
Bien es verdad que no tengo demasiados datos de este personaje, mas que el mote que se le puso en el pueblo. Se trataba de uno de los pocos técnicos, de origen catalán, que recorría la geografía con un carromato cargado con un proyector desmontable, unas cuántas películas y una especie de vela blanca que colgaba en la plaza, siempre por la noche. Estamos hablando de principios del siglo XX, donde hacer cine, además de ser una profesión, también era una especie de obra social, por acercar a aquella gente "atrasada" de los pueblos, un poco de magia y progreso.
Tendremos que echar mano a la imaginación para trasladarnos a aquella época, donde los vecinos y vecinas se dejaban la puerta de casa abierta, la gente salía a la fresca haciendo corros, frente a las tabernas se paraban mesas donde jugar a cartas, disfrutar de almuerzos, hacer sobremesas; la chiquilleria se ensuciaba por los campos de los alrededores, y las calles principales de los pueblos eran carretera nacional sin alquitranar, por la que de vez en cuando pasaba algún vehículo, llenando de progreso por un instante, aquel grupo de casas.
Aquella rutina se rompía cuando el "tío fot-li ceba" llegaba al pueblo con el cinematógrafo.
¡Qué alboroto!. Imaginaros a los niños y niñas excitados, revoloteando a su alrededor mientras el hombre hacía los preparativos, y cómo las criaturas, sin poder contener la emoción, corrían hacia casa para avisar que el "tío fot-li ceba" había llegado, que aquel día se cenaría un bocadillo y habría que llevar silla, o el catre plegable de ir a misa, si no querías sentarte en tierra. Ah!, importante: también llevar alguna moneda, o algunos huevos, o una hogaza de pan, un trozo de tocino, un pellizco de arroz… algo con qué pagar el rato de magia que aquel hombre ambulante los iba a regalar.
Las primeras películas eran de Charlot. El gordo y el Flaco, Jaimito... de indios y vaqueros! Eran películas de argumento sencillo, en blanco y negro, mudas. Por eso al técnico también le tocaba hacer de narrador de escenas y… de animador!. Por esta última faceta el hombre se ganó el sobrenombre de "El tio fot-li ceba". Veréis: cuando “El gordo” le soltaba una bofetada al “Flaco”, cuando los vaqueros comenzaban una bronca multitudinaria... aquel hombre no paraba de decir:
- Y ahora le pega una cebolla, y otra, y venga, otra cebolla ( o sea: i ara li fot ceba, i vinga, una altra ceba .... "fot-li ceba" es una expresión muy valenciana) Con aquel entusiasmo contagioso la gente se animaba todavía más, riendo ante los golpes que recibía El Flaco, poniendo cara de no saber por donde le había venido el golpe. La expresión también servía para animar al vaquero “bueno” a devolver las bofetadas que le había lanzado el vaquero “malo”.
Seguramente aquella violencia retratada encima del toldo en blanco, que no hacía daño a nadie de los presientes, liberaba a los presentes como una válvula de escape, del sufrimiento de unas vidas llenas de necesidad y dureza, sirviendo de consuelo por una buena temporada.
Una noche, en plena batalla cinematográfica, cuando el hombre soltó la expresión tan cotidiana "fot-li ceba!!!!", algunos graciosos le lanzaron un buen puñado de cebollas, pero de las de verdad, de las que se cosechan en el campo. Se ve que al hombre aquello no le hizo demasiada gracia y a partir de aquel dia, sus visitas en el pueblo se distanciaron. Y ahora, habiendo descubierto quién era este personaje, pasamos a hablar de los cines, como edificio, de los que tengo constancia, y que normalmente estaban ya destinados a otros entretenimientos.
Por el año 1930, en la calle San Antonio, existía el cine “Imperio”, (¿le pondrían aquel nombre por la artista Imperio Argentina, tan famosa en aquellos tiempos? ) aunque popularmente era conocido como Cine “El Brut” (El sucio. Mote del propietario) . Se solían pasar películas, y algún espectáculo ligero de ropa. En cambio, en verano se solía ir a la “Pista de Gilet”, calle Sitjar. Era un antiguo trinquete, donde se practicaba pelota valenciana, con mucha afición por aquellos tiempos. También se solía programar espectáculos de varietés y baile popular amenizado por las orquestas Ritmo, Los Cinco y Relámpago Jazz, formadas por chicos del pueblo.
Recuerdo que sus paredes eran de piedra, pintadas con cal blanca, recubiertas de enredadoras de jazmín, galán de noche, y unas flores en forma de campana, azules y moradas; todo aquella vegetación desprendía un olor muy fuerte y agradable, que nos envolvía, y que todavía hoy, cada vez que veo campanas como aquellas o me llegan olores parecidos, me asaltan imágenes de un cine lleno de gente viendo películas, de un suelo de tierra prensada, de sillas de madera muchas de ellas desconchadas por su culo de paja, de aquella cantina llena de botellines de vidrio guardados dentro de cajas de madera, del no parar de los pequeños mareando a los espectadores, a los que no dejábamos ver tranquilos aquel divertimento tan esperado en toda la semana, donde los días se pasaban a la intemperie del campo, trabajando de sol a sol, esperando la llegada del mes de septiembre para recoger la almendra, para ir a vendimiar a Francia o cosechar la naranja. La pista Gilet o también conocida como “cine Sitjar” estuvo vigente hasta principios de los 70, cuando se derribó, para formar parte de las nuevas escuelas.
Otro cine era el conocido por el “Novedades”, estaba abierto todo el año, situado en la calle Jose Antonio 41, hoy calle El Mar. Aquella sala era también utilizada para hacer teatro, varietés y baile. Tanto el Novedades, como La Pista Sitjar, estaban regentados por mujeres: Las hermanas Hostaleras, hecho inusual para la época, donde incluso estaba bastante mal visto que las mujeres fueran a aquellos divertimentos.
Y ahora pasamos a los más recientes y de mayor prestigio.
El cine Lux ( conocido por “El Senyoret" o señorito, mote del propietario ) era un cine cerrado, situado en lo que actualmente es el supermercado Spar, calle Galicia. Su interior era de madera: sol, lonjas, taquillas, escenario, butacas, sillas... Recuerdo todavía el atronador ruido de nuestros pies encima de aquel piso de madera, mientras correteabamos en la hora del descanso entre las dos peliculas, o golpeando el suelo acompañando las imágenes de la pantalla, como por ejemplo la llegada de un grupo de caballos de indios o vaqueros. Tambien recuerdo aquellos carteles enormes de las películas, pegados a las paredes, carteles de colores vivos y imágenes impresionantes, de temas bíblicos, artistas famosas o superproducciones como “Lo que el viento se llevó”.
Se pasaban películas, pero también se hacían espectáculos de varietés, teatro, bailes populares y la fiesta de fin de año , conocido como “el baile de la uva”.
En realidad eran dos locales, uno cubierto en invierno y el otro abierto por verano (La pista Lux). Los dos eran enormes y muy famosos, tanto que llegaba gente de las localidades vecinas.
El cine cerró las puertas por la década de los 80, en cambio La Pista llegó hasta principios del 2000, como sala de baile y más tarde de patinaje. La pista era toda de hormigón: pista, taquillas, escenarios, lonjas, azulejos... ribeteada de grandes árboles, setos de cipreses y plantas aromáticas. En la parte alta de la pista, las lonjas, al hacer baile se colocaban mesas y sillas, pero si hablamos de cine, solo se ponían sillas, ocupadas la mayoría de veces por la gente más mayor, destinándose la parte central, o pista de baile, por jóvenes y niños a los que nos costaba quedarnos quietos en la silla.
Como anécdota contar que antes de la inauguración, el propietario del cine ofreció un premio en metálico a quien adivinara el nombre que llevaría el cine. Nadie acertó. Le pusieron LUX, como la marca del proyector. La misma película solía pasarse de jueves a domingo, y el maquinista del cine era conocido por el Tio Zacaries.
Otro cine, el único que ha llegado a nuestros días, es el conocido como cine Metropol, se construyó en la década de los 50, fue el cine por excelencia, de planta baja y dos alturas; muy moderno para la época. Contaba con sala principal en planta baja, lonjas en el primer piso y "gallinero" en el segundo, baños en el sótano y primer piso, cantina en planta baja y sala de descanso en la primera planta. Después de unos años de cierre y deterioro, hace unos años se compró por el ayuntamiento, siendo restaurado y utilizándose actualmente como cine, lugar de conferencias, teatro, conciertos, y exhibiciones.
Antes de continuar imaginaos el Metropol lleno de gente con la entrada en una mano y la bolsa de tela con la merienda en la otra, porque entonces hacían dos películas y entre una y otra hacían un descanso de media hora donde el público sacaba los bocadillos de longanizas con tomate, de tortilla con patata..., se abrian las bolsas o papelinas de cacahuetes, altramuces, botellas de agua, algún refresco, incluso la bota de vino.
Los más jóvenes tenéis que tener claro que ir al cine no era nada parecido a lo que conocéis ahora, donde impera el absoluto silencio y dónde es mejor disimular cualquier muestra de emoción.
En aquellos tiempos, entre el descanso y las dos peliculas, te pasabas toda la tarde. Ay!... quién volviera a ver dos películas, a gritar, reír, llorar, comer... sin manías ni guardar formas, puesto que entonces, cuando ibas al cine, aparte de ver la película.... ibas a socializarte con el vecino del lado!!.
Tal vez es momento de reflexionar hacia donde vamos como sociedad. Una sociedad mejor comunicada, pero que pone distancia entre la gente.
El cine Danys se construyó en la década de los 80, era una sala muy moderna, que formaba parte de un complejo de ocio, puesto que en la parte subterránea estaba la discoteca Danys, muy famosa en toda la comarca por su diseño vanguardista para la época.
Fue el furor de la década de los 80-90, y no tenia nada que envidiar a ningún complejo de ocio de grandes capitales. Desafortunadamente se cerró, y con el buum de la construcción fue derribado para reutilizar el solar con alguna nueva construcción, todavía pendiente.
Excepto el Metropol, el resto de cines han desaparecido y las nuevas generaciones, apenas saben que alguna vez hubo otros edificios dentro de los cuales se guardaron sentimientos, secretos, vivencias, de sus antepasados. Que tal vez fue allí donde sus abuelos y abuelas pudieron darse un beso antes de casarse, entre la oscuridad de la sala, cosa impensable en una época tan represiva.
Para acabar he reservado el recuerdo de este otro cine, para mi muy entrañable... que conocimos solo el vecindario de mi calle: Sant Antoni.
Veréis: en esta calle se encontraba el quiosco de Carmeta. Además de quiosco era vivienda, a la que solían acudir todos los veranos unos parientes conocidos con el sobrenombre de "Los madrileños". Además de aquella categoría ( porque por aquellos tiempos lo era: ser de Madrid) tenían la afición de hacer películas caseras de sus viajes. Para nosotros, gente sencilla que no había salido del pueblo si no era para ir a Castellón al médico, en los casos más graves, o para arreglar "algún “papel”, los viajes de aquellos forasteros a ciudades mucho más lejanas nos parecían toda una aventura extraordinaria.
En los años setenta ya se había sacado la carretera nacional por fuera del pueblo, contándose con los dedos de una mano los coches que podían circular, por tal razón los vecinos al hacerse las 9 de la tarde, asaltábamos la calle sacando las sillas de casa y disponiéndolas en filas ante el quiosco de Carmeta. Muchos de nosotros íbamos preparados con bocadillos si todavía no habíamos cenado. Entonces los madrileños sacaban una pantalla de tela blanca que abrían y plantaban ante la fachada del quiosco de Carmeta, montaban "el aparato de hacer películas” y… empezaba la función!.
Si eran viajes a lugares que no se conocían, la gente callaba mientras miraba admirada y silenciosa aquellos lugares desconocidos, sintiéndose un poco envidiosa de aquellos madrileños que podían permitirse tener “un 600”, viajar por todas partes, y hacer vacaciones! hechos impensables en la vida de un campesino, de una campesina.
En cambio, si las películas eran sobre hechos del pueblo, procesiones, fiestas, etc… el silencio se trastornaba en un alto guirigay. La gente se reía sin cesar, mirando con ojos abiertos como platos, al tiempo que levantaban la voz, exclamando: Mirad, esa es la tía Mercedes, y ese lo tío José… Uuii, pero si esa soy yo!!!.
En aquellas cintas de los madrileños, la gente sencilla de mi pueblo reconocía a todos los “artistas” y escenarios, incrédulos y maravillados al sentir como la magia de la pantalla los transformaba como una varilla mágica, cambiándolos de seres anónimos a verdaderos protagonistas…
Por unos instantes podían sentir que la rutina desaparecía, para regalarles una vida de película!
Si he empezado este escrito dedicándolo a mis vecinos y vecinas, lo acabo agradeciendo a todos, y todas, los, las profesionales y aficionados al arte del cine y fotografía: sin ellos, ellas, mucha de la memoria histórica de nuestros pueblos, no existiría. Gracias!
http://el7set.es/art/26602/el-tio-fot-li-ceba-historia-breu-dels-cines-a-torreblanca
Estas lineas están dedicadas a toda la gente que nos ha precedido, a todos aquellos y aquellas que ante una pantalla, dejaban atrás los duros días de trabajo y carestía, para soñar, aunque fuera unos instantes.
Si habéis visto la película italiana “Cine Paraíso”, los que sois de cierta edad no habréis podido resistir trasladaros a vuestra infancia o juventud, puesto que este film parece haber encontrado el patrón estándar que calza bien en todos los pueblos, sean italianos o españoles.
Los ojos soñadores e inocentes de Totó, el niño protagonista de Cine Paraíso, podrían ser nuestros propios ojos, y los ojos del resto de niños y niñas que ante una pantalla blanca, aunque fuese una sábana colgada a una cuerda, soñaban ser unos personajes que nunca serían en su vida real, logrando viajar a lugares imposibles para ellos. Momentos únicos que te unían con el resto de vecindario: todos y todas llorábamos, reíamos, gritábamos, nos enamorábamos… en el mismo instante, a veces mientras masticábanos un bocadillo o compartíamos una bolsa de chufas, castañas, cacahuetes o altramuces.
Antes de proseguir cabe remarcar que el Cine fue un conector entre los pueblos y las ciudades desde principio del siglo pasado, al exponer películas de ficción, pero también noticieros. Todo aquello que se pasaba ante aquellos ojos, más ignorantes y crédulos que los actuales, hacía que el hecho de ir al cine se convirtiera en un acontecimiento extraordinario. Nada que ver con el sentimiento que nos mueve hoy en día, empachados cómo estamos todos, todas, de tanta imagen golpeándonos a todas horas, y que nos ha hecho perder cierto grado de sensibilidad.
Desde los más remotos tiempos, la gente siempre se ha reunido para disfrutar de un poco de espectáculo. Antes del cinematógrafo llegaron al pueblo trovadores, juglares, titiriteros, cómicos, espectáculos de varietés ... que improvisando un escenario en un lugar de relieve (habitualmente la plaza) llamaban la atención de los vecinos con canciones, noticias, teatro, música, ferias, circos...
El primer hallazgo relativo a los cines en mi pueblo, ha sido descubrir el personaje del "tío fot-li ceba". (el tio pégale una cebolla)
¿Quién dices? Me preguntaréis, tal como yo me pregunté al escuchar aquel nombre.
Bien es verdad que no tengo demasiados datos de este personaje, mas que el mote que se le puso en el pueblo. Se trataba de uno de los pocos técnicos, de origen catalán, que recorría la geografía con un carromato cargado con un proyector desmontable, unas cuántas películas y una especie de vela blanca que colgaba en la plaza, siempre por la noche. Estamos hablando de principios del siglo XX, donde hacer cine, además de ser una profesión, también era una especie de obra social, por acercar a aquella gente "atrasada" de los pueblos, un poco de magia y progreso.
Tendremos que echar mano a la imaginación para trasladarnos a aquella época, donde los vecinos y vecinas se dejaban la puerta de casa abierta, la gente salía a la fresca haciendo corros, frente a las tabernas se paraban mesas donde jugar a cartas, disfrutar de almuerzos, hacer sobremesas; la chiquilleria se ensuciaba por los campos de los alrededores, y las calles principales de los pueblos eran carretera nacional sin alquitranar, por la que de vez en cuando pasaba algún vehículo, llenando de progreso por un instante, aquel grupo de casas.
Aquella rutina se rompía cuando el "tío fot-li ceba" llegaba al pueblo con el cinematógrafo.
¡Qué alboroto!. Imaginaros a los niños y niñas excitados, revoloteando a su alrededor mientras el hombre hacía los preparativos, y cómo las criaturas, sin poder contener la emoción, corrían hacia casa para avisar que el "tío fot-li ceba" había llegado, que aquel día se cenaría un bocadillo y habría que llevar silla, o el catre plegable de ir a misa, si no querías sentarte en tierra. Ah!, importante: también llevar alguna moneda, o algunos huevos, o una hogaza de pan, un trozo de tocino, un pellizco de arroz… algo con qué pagar el rato de magia que aquel hombre ambulante los iba a regalar.
Las primeras películas eran de Charlot. El gordo y el Flaco, Jaimito... de indios y vaqueros! Eran películas de argumento sencillo, en blanco y negro, mudas. Por eso al técnico también le tocaba hacer de narrador de escenas y… de animador!. Por esta última faceta el hombre se ganó el sobrenombre de "El tio fot-li ceba". Veréis: cuando “El gordo” le soltaba una bofetada al “Flaco”, cuando los vaqueros comenzaban una bronca multitudinaria... aquel hombre no paraba de decir:
- Y ahora le pega una cebolla, y otra, y venga, otra cebolla ( o sea: i ara li fot ceba, i vinga, una altra ceba .... "fot-li ceba" es una expresión muy valenciana) Con aquel entusiasmo contagioso la gente se animaba todavía más, riendo ante los golpes que recibía El Flaco, poniendo cara de no saber por donde le había venido el golpe. La expresión también servía para animar al vaquero “bueno” a devolver las bofetadas que le había lanzado el vaquero “malo”.
Seguramente aquella violencia retratada encima del toldo en blanco, que no hacía daño a nadie de los presientes, liberaba a los presentes como una válvula de escape, del sufrimiento de unas vidas llenas de necesidad y dureza, sirviendo de consuelo por una buena temporada.
Una noche, en plena batalla cinematográfica, cuando el hombre soltó la expresión tan cotidiana "fot-li ceba!!!!", algunos graciosos le lanzaron un buen puñado de cebollas, pero de las de verdad, de las que se cosechan en el campo. Se ve que al hombre aquello no le hizo demasiada gracia y a partir de aquel dia, sus visitas en el pueblo se distanciaron. Y ahora, habiendo descubierto quién era este personaje, pasamos a hablar de los cines, como edificio, de los que tengo constancia, y que normalmente estaban ya destinados a otros entretenimientos.
Por el año 1930, en la calle San Antonio, existía el cine “Imperio”, (¿le pondrían aquel nombre por la artista Imperio Argentina, tan famosa en aquellos tiempos? ) aunque popularmente era conocido como Cine “El Brut” (El sucio. Mote del propietario) . Se solían pasar películas, y algún espectáculo ligero de ropa. En cambio, en verano se solía ir a la “Pista de Gilet”, calle Sitjar. Era un antiguo trinquete, donde se practicaba pelota valenciana, con mucha afición por aquellos tiempos. También se solía programar espectáculos de varietés y baile popular amenizado por las orquestas Ritmo, Los Cinco y Relámpago Jazz, formadas por chicos del pueblo.
Recuerdo que sus paredes eran de piedra, pintadas con cal blanca, recubiertas de enredadoras de jazmín, galán de noche, y unas flores en forma de campana, azules y moradas; todo aquella vegetación desprendía un olor muy fuerte y agradable, que nos envolvía, y que todavía hoy, cada vez que veo campanas como aquellas o me llegan olores parecidos, me asaltan imágenes de un cine lleno de gente viendo películas, de un suelo de tierra prensada, de sillas de madera muchas de ellas desconchadas por su culo de paja, de aquella cantina llena de botellines de vidrio guardados dentro de cajas de madera, del no parar de los pequeños mareando a los espectadores, a los que no dejábamos ver tranquilos aquel divertimento tan esperado en toda la semana, donde los días se pasaban a la intemperie del campo, trabajando de sol a sol, esperando la llegada del mes de septiembre para recoger la almendra, para ir a vendimiar a Francia o cosechar la naranja. La pista Gilet o también conocida como “cine Sitjar” estuvo vigente hasta principios de los 70, cuando se derribó, para formar parte de las nuevas escuelas.
Otro cine era el conocido por el “Novedades”, estaba abierto todo el año, situado en la calle Jose Antonio 41, hoy calle El Mar. Aquella sala era también utilizada para hacer teatro, varietés y baile. Tanto el Novedades, como La Pista Sitjar, estaban regentados por mujeres: Las hermanas Hostaleras, hecho inusual para la época, donde incluso estaba bastante mal visto que las mujeres fueran a aquellos divertimentos.
Y ahora pasamos a los más recientes y de mayor prestigio.
El cine Lux ( conocido por “El Senyoret" o señorito, mote del propietario ) era un cine cerrado, situado en lo que actualmente es el supermercado Spar, calle Galicia. Su interior era de madera: sol, lonjas, taquillas, escenario, butacas, sillas... Recuerdo todavía el atronador ruido de nuestros pies encima de aquel piso de madera, mientras correteabamos en la hora del descanso entre las dos peliculas, o golpeando el suelo acompañando las imágenes de la pantalla, como por ejemplo la llegada de un grupo de caballos de indios o vaqueros. Tambien recuerdo aquellos carteles enormes de las películas, pegados a las paredes, carteles de colores vivos y imágenes impresionantes, de temas bíblicos, artistas famosas o superproducciones como “Lo que el viento se llevó”.
Se pasaban películas, pero también se hacían espectáculos de varietés, teatro, bailes populares y la fiesta de fin de año , conocido como “el baile de la uva”.
En realidad eran dos locales, uno cubierto en invierno y el otro abierto por verano (La pista Lux). Los dos eran enormes y muy famosos, tanto que llegaba gente de las localidades vecinas.
El cine cerró las puertas por la década de los 80, en cambio La Pista llegó hasta principios del 2000, como sala de baile y más tarde de patinaje. La pista era toda de hormigón: pista, taquillas, escenarios, lonjas, azulejos... ribeteada de grandes árboles, setos de cipreses y plantas aromáticas. En la parte alta de la pista, las lonjas, al hacer baile se colocaban mesas y sillas, pero si hablamos de cine, solo se ponían sillas, ocupadas la mayoría de veces por la gente más mayor, destinándose la parte central, o pista de baile, por jóvenes y niños a los que nos costaba quedarnos quietos en la silla.
Como anécdota contar que antes de la inauguración, el propietario del cine ofreció un premio en metálico a quien adivinara el nombre que llevaría el cine. Nadie acertó. Le pusieron LUX, como la marca del proyector. La misma película solía pasarse de jueves a domingo, y el maquinista del cine era conocido por el Tio Zacaries.
Otro cine, el único que ha llegado a nuestros días, es el conocido como cine Metropol, se construyó en la década de los 50, fue el cine por excelencia, de planta baja y dos alturas; muy moderno para la época. Contaba con sala principal en planta baja, lonjas en el primer piso y "gallinero" en el segundo, baños en el sótano y primer piso, cantina en planta baja y sala de descanso en la primera planta. Después de unos años de cierre y deterioro, hace unos años se compró por el ayuntamiento, siendo restaurado y utilizándose actualmente como cine, lugar de conferencias, teatro, conciertos, y exhibiciones.
Antes de continuar imaginaos el Metropol lleno de gente con la entrada en una mano y la bolsa de tela con la merienda en la otra, porque entonces hacían dos películas y entre una y otra hacían un descanso de media hora donde el público sacaba los bocadillos de longanizas con tomate, de tortilla con patata..., se abrian las bolsas o papelinas de cacahuetes, altramuces, botellas de agua, algún refresco, incluso la bota de vino.
Los más jóvenes tenéis que tener claro que ir al cine no era nada parecido a lo que conocéis ahora, donde impera el absoluto silencio y dónde es mejor disimular cualquier muestra de emoción.
En aquellos tiempos, entre el descanso y las dos peliculas, te pasabas toda la tarde. Ay!... quién volviera a ver dos películas, a gritar, reír, llorar, comer... sin manías ni guardar formas, puesto que entonces, cuando ibas al cine, aparte de ver la película.... ibas a socializarte con el vecino del lado!!.
Tal vez es momento de reflexionar hacia donde vamos como sociedad. Una sociedad mejor comunicada, pero que pone distancia entre la gente.
El cine Danys se construyó en la década de los 80, era una sala muy moderna, que formaba parte de un complejo de ocio, puesto que en la parte subterránea estaba la discoteca Danys, muy famosa en toda la comarca por su diseño vanguardista para la época.
Fue el furor de la década de los 80-90, y no tenia nada que envidiar a ningún complejo de ocio de grandes capitales. Desafortunadamente se cerró, y con el buum de la construcción fue derribado para reutilizar el solar con alguna nueva construcción, todavía pendiente.
Excepto el Metropol, el resto de cines han desaparecido y las nuevas generaciones, apenas saben que alguna vez hubo otros edificios dentro de los cuales se guardaron sentimientos, secretos, vivencias, de sus antepasados. Que tal vez fue allí donde sus abuelos y abuelas pudieron darse un beso antes de casarse, entre la oscuridad de la sala, cosa impensable en una época tan represiva.
Para acabar he reservado el recuerdo de este otro cine, para mi muy entrañable... que conocimos solo el vecindario de mi calle: Sant Antoni.
Veréis: en esta calle se encontraba el quiosco de Carmeta. Además de quiosco era vivienda, a la que solían acudir todos los veranos unos parientes conocidos con el sobrenombre de "Los madrileños". Además de aquella categoría ( porque por aquellos tiempos lo era: ser de Madrid) tenían la afición de hacer películas caseras de sus viajes. Para nosotros, gente sencilla que no había salido del pueblo si no era para ir a Castellón al médico, en los casos más graves, o para arreglar "algún “papel”, los viajes de aquellos forasteros a ciudades mucho más lejanas nos parecían toda una aventura extraordinaria.
En los años setenta ya se había sacado la carretera nacional por fuera del pueblo, contándose con los dedos de una mano los coches que podían circular, por tal razón los vecinos al hacerse las 9 de la tarde, asaltábamos la calle sacando las sillas de casa y disponiéndolas en filas ante el quiosco de Carmeta. Muchos de nosotros íbamos preparados con bocadillos si todavía no habíamos cenado. Entonces los madrileños sacaban una pantalla de tela blanca que abrían y plantaban ante la fachada del quiosco de Carmeta, montaban "el aparato de hacer películas” y… empezaba la función!.
Si eran viajes a lugares que no se conocían, la gente callaba mientras miraba admirada y silenciosa aquellos lugares desconocidos, sintiéndose un poco envidiosa de aquellos madrileños que podían permitirse tener “un 600”, viajar por todas partes, y hacer vacaciones! hechos impensables en la vida de un campesino, de una campesina.
En cambio, si las películas eran sobre hechos del pueblo, procesiones, fiestas, etc… el silencio se trastornaba en un alto guirigay. La gente se reía sin cesar, mirando con ojos abiertos como platos, al tiempo que levantaban la voz, exclamando: Mirad, esa es la tía Mercedes, y ese lo tío José… Uuii, pero si esa soy yo!!!.
En aquellas cintas de los madrileños, la gente sencilla de mi pueblo reconocía a todos los “artistas” y escenarios, incrédulos y maravillados al sentir como la magia de la pantalla los transformaba como una varilla mágica, cambiándolos de seres anónimos a verdaderos protagonistas…
Por unos instantes podían sentir que la rutina desaparecía, para regalarles una vida de película!
Si he empezado este escrito dedicándolo a mis vecinos y vecinas, lo acabo agradeciendo a todos, y todas, los, las profesionales y aficionados al arte del cine y fotografía: sin ellos, ellas, mucha de la memoria histórica de nuestros pueblos, no existiría. Gracias!
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