RELATO Nº 3 : El Viaje.
“El viaje mas arriesgado que se puede hacer en esta vida, es el viaje hacia el interior de uno mismo, de una misma".
Hace años asistí a una charla sobre
escritura creativa impartida por la escritora Cristina Cubas. Entre muchas otras cosas la escritora reflexionó sobre cierto tipo de viajes interiores, ilustrándolos con una anécdota propia.
Inspirada en aquella tertulia y anécdota, unos días atrás, escribí este relato breve. Espero que os guste.
Llamaron a la puerta. Abrí, encontrándome cara a cara con una monja. Tras unos instantes de desconcierto intuí que podría tratarse de una religiosa, de las varias que viven en un convento de clausura pegado al alto bloque de apartamentos, donde vivo.
Tras la inicial sorpresa le pregunté el motivo de aquella visita, ya que nunca antes había tenido contacto con ninguna de ellas. La respuesta fue simple: Verá, entré en el convento siendo casi una niña y nunca he vuelto a salir de él. Ahora, siendo ya bastante mayor, siento cierta curiosidad y, le parecerá extravagante pero no quisiera morir sin saber cómo nos ven el resto de vecinos desde sus casas. Descubrir esa otra perspectiva me parece interesante. ¿Podría utilizar su terraza para ello?
Entre sorprendida y encantada la dejé pasar, la acompañé a la terraza y fui testigo de cómo la anciana monja observaba entre emocionada y cavilosa, aquella visión nunca antes contemplada: las paredes encaladas de blanco del convento, con su patio interior convertido en un jardín gracias al trabajo de sus manos. De hecho un par de sus compañeras estaban en aquel momento atareadas con unos rosales. La mujer sonrió en reconocerlas pero no se conformó con solo aquella visión. Sus ojos se deslizaron hacia los alrededores. Desde la terraza del ático se vislumbraba aquella amplia avenida y sus calles colindantes, la gente yendo y viniendo, las prisas, los atascos, los vecinos mas pequeños ocupando los parques más cercanos, jugando a pelota o entreteniéndose con los columpios, los autobuses cargando y descargando usuarios, comercios vomitando y tragando gente, motocicletas zigzagueando entre los coches...
La mujer permaneció absorta varios minutos, no sé si pocos o muchos, porque lo cierto es que yo había perdido la percepción del tiempo intentando adivinar sus pensamientos, qué había tras aquellos ojos claros gastados por el tiempo, que seguramente veían más allá de lo que yo contemplaba. Finalmente, tras agradecerme el acceso a mi vivienda, desapareció tan sigilosamente como había hecho acto de presencia. Fui incapaz de decir nada salvo un "no tiene importancia, vuelva cuando quiera".
Tras la inicial sorpresa le pregunté el motivo de aquella visita, ya que nunca antes había tenido contacto con ninguna de ellas. La respuesta fue simple: Verá, entré en el convento siendo casi una niña y nunca he vuelto a salir de él. Ahora, siendo ya bastante mayor, siento cierta curiosidad y, le parecerá extravagante pero no quisiera morir sin saber cómo nos ven el resto de vecinos desde sus casas. Descubrir esa otra perspectiva me parece interesante. ¿Podría utilizar su terraza para ello?
Entre sorprendida y encantada la dejé pasar, la acompañé a la terraza y fui testigo de cómo la anciana monja observaba entre emocionada y cavilosa, aquella visión nunca antes contemplada: las paredes encaladas de blanco del convento, con su patio interior convertido en un jardín gracias al trabajo de sus manos. De hecho un par de sus compañeras estaban en aquel momento atareadas con unos rosales. La mujer sonrió en reconocerlas pero no se conformó con solo aquella visión. Sus ojos se deslizaron hacia los alrededores. Desde la terraza del ático se vislumbraba aquella amplia avenida y sus calles colindantes, la gente yendo y viniendo, las prisas, los atascos, los vecinos mas pequeños ocupando los parques más cercanos, jugando a pelota o entreteniéndose con los columpios, los autobuses cargando y descargando usuarios, comercios vomitando y tragando gente, motocicletas zigzagueando entre los coches...
La mujer permaneció absorta varios minutos, no sé si pocos o muchos, porque lo cierto es que yo había perdido la percepción del tiempo intentando adivinar sus pensamientos, qué había tras aquellos ojos claros gastados por el tiempo, que seguramente veían más allá de lo que yo contemplaba. Finalmente, tras agradecerme el acceso a mi vivienda, desapareció tan sigilosamente como había hecho acto de presencia. Fui incapaz de decir nada salvo un "no tiene importancia, vuelva cuando quiera".
Aquel aparentemente inocente suceso, me dejó no obstante conmocionada y llena de una extraña inquietud, llevándome a reflexionar sobre el asunto. Hasta deducir que aquel “corto viaje” efectuado por la monja, era realmente el mas difícil y peligroso que podía efectuar todo ser humano, ya que, entre otras cosas, se necesita una buena dosis de humildad para aceptar qué espacio ocupas en el universo, y qué visión o perspectiva pueden tener otros de ti... en ocasiones nada parecida a la que que tú tienes de ti mismo.
Si, se necesitaba una buena dosis de valentía para hacerte aquella pregunta, y otra buena dosis para, llegado el caso, rectificar el camino mal trazado.
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