RELATO 7: Cosas de Mujeres.



RELATO finalista concurso "Las Mujeres cuentan" 2006: 

La historia la escriben los vencedores"Los que ganan son los que escriben la historia a su antojo, quedando como verdadera para el resto del mundo.
Sé que la historia común de las trabajadoras vencidas, las que vivimos aquellos días tan extraños, será manipulada por los vencedores, a su gusto y conveniencia. Para ellos, que dejaran oir su voz todopoderosa si alguien osa preguntar por "aquello” que sucedió hace un tiempo, sólo seremos un atajo de mujeres conflictivas que hicieron la vida imposible a esa tan respetuosa empresa y que, por lo tanto, merecen ser escarnecidas y ante todo, olvidadas. Por eso creo que está bien que se sepa la otra historia. La de los vencidos. 
"La historia de las decapitadas".  A ellas se lo dedico. 
 





Es algo irreprimible. La asfixia se adueña de mi garganta, un sabor amargo invade mi boca, la nariz aletea reclamando más oxigeno, y un grito se escapa en silencio a través de los ojos, por medio de dos gruesas lágrimas.
Me está dando un ataque de ansiedad.
Yo solía reírme de las personas que tenían depresión. Decía que todo eran tonterías. Pero ya no me río. Porque en cierta ocasión yo también toqué fondo. Actualmente ya no tengo depresión, aunque de vez en cuando, sí sufro ataques de angustia. Afortunadamente con la terapia aprendí a controlarlos. Respiro profundamente y me digo que ya se me pasa, que se tiene que pasar. Retomo la respiración, reinicio mis pasos y me observo en el cristal de un escaparate.
Bien. Lo disimulo bastante bien. Nadie va a notar qué es lo que me ocurre. ¿Que porqué me sucede esto os preguntareis? Para que lo entendáis tendré que empezar desde el principio.

EL DESTIERRO
Cuando la encargada vino a mi mesa presentí que había llegado mi hora. Hacía días que las evidencias eran palpables: me revisaba minuciosamente los trabajos al acecho de una falta, por insignificante que fuese, con la que ser recriminada o ridiculizada, si alguien se me acercaba era amonestado, me retiró el saludo, me daba los peores trabajos y me escondía información acerca de ellos, hablaba mal de mí a mis espaldas, su tono de voz se volvió sarcástico y tanto ella como sus dos compinches (dos trabajadoras que siguiéndole el juego esperaban tener asegurados sus puestos de trabajo) me miraban como miran los verdugos segundos antes de cortarle la cabeza a alguien. Así pues, cuando "ella" me dijo:
- Quieren hablar contigo en Personal -
Todas sabíamos qué sucedería. Antes que a mí esto mismo ya lo sufrieron otras trabajadoras. Buenas profesionales, excelentes personas. Por lo tanto, gente peligrosa porque cualquiera de ellas podía reemplazarla como encargada.



En aquellos momentos yo asentí y proseguí con mi tarea. Eso la puso nerviosa y se mostró impaciente observándome desde su mesa mientras yo me tomaba un tiempo para tranquilizarme con la excusa de terminar el trabajo.
Todas mis compañeras lo presenciaban en silencio y cabizbajas: el rebaño callaba, temeroso de que si alguna oveja balaba preguntando o protestando, ésta se convirtiese en la próxima víctima.
Un momento antes de entrar en Personal me dije: 
"Digna, muéstrate digna, y no te acobardes, hazlo por ti y por tus compañeras... ya decapitadas".
Veréis… mi empresa se gasta millones en publicidad para vendernos la apariencia de ser una empresa sólida, moderna y responsable. Yo me lo creí, por eso, cuando me incorporé a ella, consideré a los mandamases de Personal y Dirección como una especie de seres superiores que valorarían a la gente seria que supiese trabajar bien y en equipo. Pero después de demasiado tiempo padeciendo situaciones poco coherentes y bastante humillantes por parte de mi encargada y sus dos compinches, con aceptación de aquellos seres superiores, éstos habían caído de su pedestal para convertirse en simples alimañas.
      Así que allí estaba yo, sentada frente a la mesa del "pez gordo" de Personal, esperando que expusiese en mi contra toda una sarta de mentiras o exageraciones para justificar el despido. Pero no fue así. Sorpresa. Parece ser que mi encargada no había conseguido ninguna prueba en mi contra. Por lo tanto no había un despido pero sí un traslado a otra sección, alegando la movilidad funcional. En definitiva el destierro. El pez gordo me informó que se me respetaría el horario, la categoría y el sueldo, pero no las condiciones físicas y el trabajo. Iban a cambiar. A peor. El pez gordo empequeñeció sus ojos detrás de los gruesos cristales de sus gafas.
Esperaba mi reacción, que no fue para nada la que esperaba, (pedir la cuenta). Sino otra, corta pero contundente:
-Si no hay más remedio... deberé aceptar el cambio, casi es preferible con tal de salir de ese agujero, pero antes quiero que me digas de qué me ha servido trabajar con tanto interés durante estos años, y te consta que es cierto porque mis partes de producción están ahí para probarlo. Quiero que me digas porqué despedís a gente trabajadora y dejáis a gente menos profesional en esa sección. ¿Por qué no se les valora? No es lógico... ni honrado.
-Ésa es solo tu opinión, no obstante... es cierto, trabajar bien únicamente es parte de la valoración general, aquí... hay otras cosas que también se valoran.
Nos miramos en silencio y él leyó perfectamente en mis ojos la frase: "el enchufe, la pelota, el saber tragar es lo que más pesa aquí, a no ser que dejéis a las más ineptas adrede, para hundir ese departamento que os sobra".
No obstante tragué esa frase y levantándome le contesté:
-Pues sí, solo es mi pobre opinión. En fin, ahora mismo me incorporo a mi nueva sección. Ah... y gracias por aclararme que trabajar mucho y bien se valora poco en Panolis (le diremos así a esta empresa) tomo nota. De ahora en adelante no me esforzaré demasiado, para lo que sirve aquí...

Los primeros días en mi nuevo departamento fueron duros físicamente, pero terribles emocionalmente. Sabía que mi nombre estaba escrito en rojo y rodeado con luces intermitentes en el despacho de "Pez gordo", el cual estaría esperando una mínima excusa para despedirme, porque yo me había convertido en el tiro que les salió por la culata y además, había demostrado que no le tenía miedo. Por otro lado me sentía repudiada, infravalorada, arrancada del oficio por el que me había ilusionado, preparado y por el que había entrado a trabajar en Panolis.
De ahora en adelante trabajaría en un trabajo impuesto a la fuerza por el que no sentía ningún interés ni realización.
Me atormentaba pensar cómo aquella empresa se gastaba millones cuidando su imagen pública y en cambio aceptaba aquel juego tan poco ético e ilógico. Pero la respuesta era simple: estábamos en una gran crisis económica, sobraba gente en todas las fábricas de la comarca, en Panolis también, mejor que se marchasen los trabajadores que no despedirlos. Aquello significaría más dinero que pagar con finiquitos, pero sobre todo, más comentarios públicos de una posible bancarrota, que dañarían su imagen todopoderosa. Por lo tanto les convenía que reinase el caos, el malestar, y que la gente se fuese por voluntad propia. Para ello, en mi sección, única compuesta por mujeres dentro de una fábrica de hombres, el carácter de mi encargada les venía muy bien. Ella era una persona celosa y desconfiada, sentía miedo a fracasar, necesitaba ser admirada o temida, no admitía críticas ni consejos, justificaba sus errores y meteduras de pata haciéndolas recaer en los demás y era extremadamente hábil en representar el papel de víctima.
El miedo a un despido (y más ahora que los puestos de trabajo escaseaban) fue un buen método para imponer la Ley del Silencio.

Todo lo que sucedió durante aquella situación caótica e insegura es demasiado largo, complejo y vergonzoso para explicar a cualquiera ajeno a esa realidad. No se podría creer. Una persona lo ha de sufrir: Vereis, primero llega la presión, luego la vejación y más tarde el acoso. Sucede de una manera sutil, constante y con resultados devastadores.
Lentamente va envenenándote, marchitándote, hasta acabar con tu vida laboral y personal.
Te sientes agotada física y emocionalmente, empiezas a sufrir pesadillas, taquicardias, ansiedad, irritabilidad y mucha inseguridad, siempre estas a la defensiva y terminas sintiéndote sucia e inútil No sirves para nada, ni siquiera para protestar. Aunque tampoco servía para mucho protestar en Personal o Dirección, a las que se atrevieron a hacerlo se les respondió que no había pruebas palpables de que los motivos de sus quejas fuesen fiables. ¿Y si mentían o exageraban? Por lo tanto ellos no intervendrían para arreglar aquella situación, al fin y al cabo, solo eran... "cosas de mujeres".
Ante aquella contestación, que incluso daban al delegado sindical cuando éste se hacía eco de las quejas, algunas pedían la cuenta y se iban, otras soportaban el martirio deseando el despido, y cuando éste les llegaba, aliviadas, se iban, a toda prisa y en silencio, tal y como le interesaba a la empresa. De esta manera la encargada y sus dos compinches se lo pasaban en grande, cuando una de nosotras iba a la guillotina elegían a la siguiente víctima con la que descargar todos sus complejos, narcisismo y carácter barriobajero. Lo hacían impunemente, sabedoras de que nadie les iba a parar los pies, incluso, quién sabe, pudiera ser que les diesen una medalla si conseguían guillotinar...  a todo el departamento sobrante.


EL EXTERMINIO

Aunque era duro sentirme desterrada, fue un alivio vivir apartada del infierno que se convirtió mi, ya, ex departamento. Yo apenas tenía contacto con mis antiguas compañeras, pero de vez en cuando venía alguna de ellas a despedirse de mí porque dejaba la empresa, entonces me ponía al día sobre el variado abanico de últimas humillaciones. Lo más reciente era pasar por el lado de la mesa de Consuelo, la próxima guillotinada, y comentar en voz alta para ser oídas por el resto de trabajadoras, que continuaban callando en su típico comportamiento borreguil: "Uf, qué mal olor hace cuando se pasa por aquí. Huele a mierda". A continuación se sacaban una pequeña botella de spray de colonia y pulverizaban los alrededores de Consuelo, después de aquel encubierto desprecio regresaban a sus mesas riendo socarronamente. La tal Consuelo había subido a Personal a quejarse, sin que hasta la fecha le diesen solución, objetando que aquello era cosas de mujeres, que ellos no iban a interceder. 
     Ésa era la razón de que aquellas humillaciones, sin nadie que las frenase, se volviesen más calculadas y destructivas. Era como estar dentro de un torbellino que crecía, tragándose todo lo bueno que encontraba a su paso, haciendo aflorar lo peor que todo ser humano lleva dentro de él.
        El final de esta historia tragicómica comenzó una tarde.
Llegaba yo a Castellón cuando las dos compinches de la encargada, y ésta, que solían subir y bajar del trabajo en el mismo coche, me adelantaron regalándome con varias muecas insultantes que no detallaré. Luego aceleraron y en la siguiente rotonda las perdí de vista.
Me dije que había sufrido una alucinación, que no podía haber visto aquello. No conté nada a mi familia... ¡ cómo podían creer lo que yo apenas creía a pesar de haberlo presenciado!.
Me enteré en la fábrica que aquellas burlas también las sufrían más compañeras. Y... fueron repitiéndose. Cada vez buscando una reacción en mí, sus muecas eran más exageradas y atrevidas, llegaron a incluir gestos obscenos y gritos con insultos barriobajeros.
Yo las ignoraba, pensando que se cansarían, que aquello era el mejor desprecio. Y también callaba. Me sentía ridícula llegando a casa y diciendo: "fulanita y menganita me hacen burla".  Sería como ser una niña pequeña chivándose a su madre o a la maestra. 
No las entendía. Me preguntaba cómo podían caer tan bajo.  ¿Acaso les molestaba que no hubiese pedido la cuenta, o es que les fastidiaba verme integrada en otra sección y apartada del tormento que ellas continuaban infringiendo en su departamento, a todas menos a mí?.
No comprendía nada, pero una cosa sí sabía con certeza: tenía que pararlo. Así que las busqué en el trabajo y les dije que si volvía a repetirse la situación iría a quejarme a Personal. Ellas rieron cínicamente y ese día me obsequiaron con un letrero que la copiloto sacó por la ventanilla del coche y en el que se leía:
"Eres una fracasada y una cerda, te vamos a alisar el pelo". 
Después aceleraron y las perdí de vista.
Aparte de indignarme aquella desfachatez, me contrariaba que semejantes personajes siguiesen trabajando en aquella tan "seria y prestigiosa" empresa, mientras tantas buenas compañeras estaban siendo despedidas. Además, el rostro de la copiloto mientras sacaba el letrero, su risa histérica, sus ojos desencajados expresando el goce de la más pura y simple maldad, me había dejado perpleja. Jamás antes había visto yo una expresión tan malévola.
Y... se acostumbraron a los letreros. Y... los iban variando, aunque el más frecuente era una mano enorme de cartón, con todos los dedos cerrados menos el del medio, que todo el mundo sabe qué significa.
Un día decidí subir a Personal y exponer la situación. La respuesta del pez gordo fue muy simple: Aquello podía ser cierto como podía ser mentira, quizás me estaba inventando todo aquello porque era una envidiosa. ¿Quién me iba a creer? Necesitaba pruebas. El no pensaba intervenir, al fin y al cabo eran tonterías, simples... cosas de mujeres.


APOCALIPSIS
Aquella especie de cacería que se habían montado a mi costa, siendo yo el conejo y ellas las zorras, estaba terminando con mis nervios, por eso empecé a aficionarme a las pastillas de valeriana y cuando éstas no fueron suficientes, pasé a las cápsulas de Amapola de California. Estaba al límite de mis fuerzas. Tenía que encontrar un modo de pararles los pies.
Entonces se me ocurrió una idea, aquella mañana, antes de salir de casa, cogí la cámara de fotografiar y la dejé sobre mi asiento de copiloto. Cuando por la tarde me adelantaron con su coche enseñándome su letrero-mano, yo cogí la cámara con una mano, mientras con la otra sujetaba el volante, y como pude les hice varias fotografías. Eso las sorprendió, escondieron su letrero y las perdí de vista. "Victoria, me dije, se lo van a pensar dos veces antes de volver a insultarme". 
        Pero cuando llegué a casa cuál fue mi sorpresa cuando las vi a las tres allí, esperándome, con cara de pocos amigos. Mi ex-encargada era muy lista, se apartó varios metros dejando el trabajo sucio para sus dos perras amaestradas, una de ellas se adelantó varios pasos y me gritó que quién era yo para hacerle fotos, que le diese el carrete. Yo le contesté que dejaría de fotografiarlas en cuanto dejasen de darme motivos para ello. La gente se paró a mirarnos ya que las bocas de fulanita y menganita empezaron a vomitar sendos insultos, una de ellas incluso tiró del bolso que yo llevaba (la máquina de fotografiar la había dejado en el coche), forcejeamos y fulanita me golpeó el brazo, entonces le grité que parase, que si no tenían vergüenza de hacer todo aquello que hacían, unas personas adultas y madres de familia como eran...
    Y entonces... oh entonces - no os lo vais a creer pero os aseguro que eso es lo que pasó -  entonces va menganita y de un tirón se levanta la camiseta y empezó a dar saltos, enseñando los pechos al descubierto y gritando en un clímax de locura y mala leche: 
- ¿Vergüenza yo? Mira la vergüenza que yo tengo, a mí me la sudan tú y todas las tías de Panolis, mira, mira la vergüenza que yo tengo.
Me quedé de piedra y ellas aprovecharon la ocasión para arrancarme el bolso y echar a correr. Yo seguía paralizada, mirándolas espantada como el resto de viandantes; en la esquina se detuvieron, registraron el interior del bolso y al ver que no estaba la cámara lo echaron al suelo. Antes de salir corriendo me gritaron:
-Como enseñes alguna foto terminarás teniendo un accidente en la carretera. Lo mejor que podrías hacer es largarte de Panolis. Esto no va a quedar así, te vamos a cortar la cabeza.

Media hora más tarde estaba en la comisaría relatando los sucesos a un puñado de policías que no sabían si echarse a reír o guardar la compostura.
      Al día siguiente no fui a trabajar, pero sí me dirigí al ambulatorio de mi médico de cabecera. Llevaba puestas las gafas de sol más grandes que encontré por casa. 
Cuando entré en el consultorio me senté en la silla y oí cómo el médico me decía distraídamente, mientras ojeaba mi historial: "Tú dirás" .
Sólo alcancé a tartamudear y rompí a sollozar, entonces él me pidió que me quitase las gafas, cuando lo hice, tras escrutarme el rostro, murmuró en un hilo de voz: "¿Desde cuándo estas así?"
    Fue mi delegado sindical el que presentó en Panolis mi Parte de Baja por depresión y una copia de la denuncia. Ignoro cómo fue la entrevista sólo sé que unas semanas después fulanita y menganita fueron despedidas y la encargada rebajada a simple trabajadora.
DENTRO DEL AGUJERO
¿Creéis que con aquello yo podía sentirme satisfecha y levantar cabeza? Todo lo contrario. Faltaba encarar el juicio por mi denuncia y salir de mi derrotado estado de ánimo. Me sentía terriblemente sucia. Sobre todo cuando tras la denuncia tuve que relatar mi historia a personas desconocidas, que podían creerme o ponerlo en duda. En el Sindicato fueron sinceros:
- "Objetivamente esta denuncia por insultos, amenazas y agresión ha sucedido en la carretera y en la calle, no en el lugar de trabajo, por lo tanto no podría enfocarse como un tema laboral. Unicamente se haría de esa manera si el resto de tus compañeras denunciasen a la empresa por permisividad de maltrato psicológico en el trabajo o despidos improcedentes. Habrá que investigar toda la situación, será complicado y duro. Panolis no es una empresa cualquiera, tiene muchas influencias, incluso políticas, todo el mundo lo sabe, cuenta con buenos abogados que minimizarán los hechos, dirán que ellos no tienen la culpa de nada, alegarán que todo eran líos, envidias, ya sabes... cosa de mujeres. Que la empresa, tan seria, cuando se enteró depuró responsabilidades. Será difícil demostrar su complicidad. Si consigues que alguna compañera se anime a denunciar a la empresa tendréis que estar unidas y evaluar las consecuencias: Tratándose de Panolis puede salir a la luz pública, podéis terminar en boca de todo el mundo, unos os darán la razón y otros... sencillamente os crucificarán".

Así que busqué aliadas. Los resultados fueron que las despedidas habían rehecho su vida laboral y no quisieron enturbiarla con un juicio de semejantes dimensiones. Y las que trabajaban, por fin libres del martirio de aquellas tres, se negaban a atestiguar contra una empresa que les daba un sueldo en plena época de crisis. Las hipotecas pesaban más que las conciencias.
 Para ser justa he de reconocer que unas pocas se ofrecieron no para ser parte denunciante, sino como meros testigos. Pero estaban asustadas y vacilantes. Para mí era un cargo de conciencia presionarlas para que no se arrepintiesen de su apoyo, ya que continuamente insinuaban... "a ver si podía arreglar el asunto por las buenas". Con aquel panorama tenía serias dudas de que resistiésemos unidas todo el peliculón que se nos vendría encima.
          Así pues, descartado un juicio con enfoque laboral, únicamente quedaba un juicio civil por amenazas, insultos y agresión.
Tuve que buscarme un abogado, y tras examinar la historia me habló claro:
- "Pueden haber varios resultados: Uno, que logremos que te crea el juez y te paguen una indemnización por los daños emocionales; pero entonces ellas recurrirán y la cosa se alargará indefinidamente. También podemos probar tu historia, pero que el juez no le dé mucha importancia, lo catalogue con una simple falta, que es lo normal, tu no sabes la de cosas que se ven todos los días en el juzgado, y con una mínima sanción se cierra el caso. A ti te habrá costado más la minuta del abogado y el procurador. Pero también puede que ellas, con lo astutas y desvergonzadas que parecen ser, monten una doble historia, incluso puede que traigan testigos amañados, y el Juez, mareado, os ponga a todas en el mismo saco y termine multando a ambas partes por escándalo público o absolviéndolas a ellas por falta de pruebas suficientes. Es tu palabra contra la suya, es cierto que tienes algunas fotografías, pero mira lo que te digo... quizás sería incluso malo para ti, según cómo se enfocase el asunto. En definitiva... Podría salir cualquier sentencia.
          Era cierto -me dije- a menudo te enterabas de sucesos terribles con sentencias ridículas, donde las víctima tenían que oír cómo sus verdugos justificaban su conducta con innumerables mentiras que consiguieron, por una parte hundir en mayor miseria a la víctima y por otra, evadirse de la justicia el agresor. . .
Además... me empezó a invadir la certeza de que si conseguía ganar el juicio ellas buscarían una manera de vengarse impunemente de mí. Podían hacer cualquier cosa, destrozarme el coche una noche - de hecho ya lo habian hecho pinchándome tres ruedas - o meterse con alguno de mis hijos. ¿Quién me aseguraba que alguien no les parase por la calle para amenazarles? Por lo que había averiguado los círculos sociales de aquellas tres tunantas no eran nada decentes. Dios mío, ¿cómo iba a salir de aquel embrollo? Pero si yo sólo había querido trabajar en paz...

Por unos días tuve que visitar el Juzgado, para las Diligencias Previas y una inspección al Medico Forense. Aquellas visitas a los Juzgados me trastornaron todavía más. Mezclada entre gente corriente y otras de aspecto sospecho, me preguntaba qué demonios hacía yo allí. Me sentía como una delincuente, culpable de algo atroz cuando en realidad era la víctima. No podía dejar de imaginarme la Sala el día del juicio, rodeada de abogados, fiscales, interrogándome, poniendo en entredicho mis declaraciones, buscando algo que probase que yo era la culpable, y las veía a ellas y sus testigos falsos vomitando patrañas, mofándose de mi delante de todo el mundo.
Aquella incertidumbre, el terror a luchar contra gente sin escrúpulos, la ansiedad por si la empresa se veía salpicada y ponía toda su maquinaria en contra de mí, el pensar que si aquel asunto saliese a la luz publica pudiese perjudicar de rebote a mi familia, la duda de si después de todo aquel sacrificio la sentencia fuese ridícula o incluso desfavorable...




TODO, TODO, hizo que acabase en el fondo del más negro y profundo infierno. ¿Qué cómo se vive allí?
Perdí la concentración, la memoria, entendía poco lo que me decían, lo que leía, lo que veía por la televisión, pensaba que la gente me menospreciaba, que no era digna de ningún cariño o respeto, en la calle me entraban ataques de fobia, sobre todo si veía a personas parecidas físicamente a "ellas” o carteles con publicidad de aquella tan importante empresa conocida como Panolis.
Las tareas de casa se amontonaban, mis aficiones y contactos sociales se anularon, no podía conducir el coche puesto que me pasaba el rato mirando obsesivamente por el retrovisor, a la búsqueda de un coche que me adelantase para insultarme. Mi carácter se alteró, discutía continuamente, para terminar llorando a continuación, comencé a odiar a todo el mundo, creyéndoles egoístas e insensibles. Quise cambiar, hacerme egocéntrica, pensando que solo de esa manera lograría sobrevivir en una sociedad tan materialista e inhumana. Busqué la soledad, y allí me refugié. 

Un día el teléfono sonó. Mi abogado me dijo que ellas querían negociar. Si yo me olvidaba de la denuncia, ellas se comprometían a pagarme todos los gastos habidos hasta la fecha y a firmar un documento como que nunca más me molestarían. El me aconsejó que lo pensase, que era una manera practica y rápida de terminar con el tema. Yo necesitaba tranquilidad emocional. ¿Cómo iba a resistir un juicio y sus consecuencias, si éstas no eran muy favorables, estando en el estado de ánimo en que me encontraba?
Accedí al trato con sentimientos de culpa y alivio al mismo tiempo. Ellas habían sido despedidas, rebajadas, se iban a rascar el bolsillo y me firmaban un papel para no molestarme jamás... ¿Qué más podía pedir? Justicia. ¿O era venganza lo que exigía mi corazón? Nunca he creído en ella. El rencor, el odio… te pudre por dentro. Sería mejor pasar página. Esta decisión para unos podría significar cobardía, pero para otros sensatez. Yo sólo sabía que necesitaba sosiego, accediendo todo aquel asunto habría acabado, no habría juicio, ni sorpresas, ni represalias.
Además, en esa negra época de depresión, dejé de creer en las leyes de los hombres pero mantuve firme la fe en la ley de la Vida y a ella invoqué para que, un día, a su manera, hiciese Justicia.


AVE FÉNIX
Empecé a asistir con cierto escepticismo a terapia. Sorprendentemente, poco a poco, percibí cierta luz desde el fondo de aquel profundo agujero. Paso a paso conseguí controlar el llanto, la apatía, los arranques de ira. Nuevamente sentí interés por la lectura y aproveché aquella brizna de aire fresco que entraba en mi vida, para rebuscar en los estantes de la biblioteca municipal y llevarme a casa varios libros. En sus páginas descubrí qué era aquello del "Mobbing" (acoso psicológico en el trabajo). La reflexión sobre lo leído fue determinante para verme reflejada entre aquellas líneas de imprenta y dejar de creerme un bicho raro al que le había pasado algo poco creíble. Desgraciadamente mi caso era más que habitual y existía desde tiempos remotos, desde el mismo día en que Caín mató a Abel por celos. Después pasé a leer otros libros, esta vez sobre la autoestima y autoayuda. A medida que mis cualidades innatas positivas retornaban, iba deshaciéndome de las negativas e incorporando otras nuevas, descubiertas entre aquellos libros y reflexiones. Fui moldeando un ser nuevo, más fuerte y mejor, capáz de renacer de sus propias cenizas, tal cual fuese la mítica Ave Fénix.

"Hace siglos que las mujeres vienen reclamando igualdad y respeto. Por esto algunas de ellas han sido apedreadas, quemadas, ajusticiadas, o en el mejor de los casos, ignoradas. Actualmente todavía queda mucho camino para dignificar a la mujer en general, y en este caso que nos toca, en el mundo laboral".
Cuando me diesen el Alta médica, “esa” era sin duda la razón con la que yo debía apoyarme para volver a Panolis, a falta de otro apoyo: demostrarle a quien lo quisiera ver, que las mujeres podíamos ser tan serias y profesionales como los hombres, a cambio solo pedíamos respeto. No se nos podía poner a todas en el mismo saco, ni aprovechar los descarríos de unas pocas para desprestigiar al resto de mujeres. Lo ocurrido en Panolis no era cosa de mujeres. No. Era sólo cuestión de falta de ética y justicia. Sin importar el sexo.


EL REGRESO
Avanzo por la nave y descubro a mis compañeros en el rincón habitual, reunidos esperando que toquen las ocho de la mañana para iniciar su jornada laboral. Al verme me saludan, me preguntan si ya estoy bien. También se acerca mi actual encargado, entonces dan las ocho y todo el mundo se pone a trabajar. Él me da algo de trabajo para preparar, comentando: "sin prisas, a tu aire". Me cuesta retomar el ritmo, de vez en cuando, ante el asalto de un recuerdo, se me humedecen los ojos y noto una quemazón en la garganta. Respiro hondo y se me pasa. A las diez de la mañana nos vamos a almorzar. De camino al comedor mis compañeros me rodean, me fuerzan a compartir su charla. Cuando entro en el comedor intento dar una apariencia normal, como si ayer mismo hubiese estado trabajando, como si estos últimos meses no hubiesen existido.
E intento no mirarla. Intuyo que "ella" esta aquí. De reojo la busco encontrándola apoyada en la barra del comedor. Sola. Pero yo no veo una mujer, solo veo una garrapata.
Fuerzo una sonrisa y un saludo ante la gente que me descubre, que me dice que se alegra de verme, después les veo marchar a su mesa y comentar algo en voz baja, mientras nos miran a las dos, de hito en hito.
Me acerco a la barra para pedir lo de siempre, un cortado. La camarera me lo pone diciéndome lo mucho que se alegra de volver a verme. Yo le regalo la mejor de mis sonrisas. Luego cojo entre mis dedos temblorosos el vaso y me voy a la mesa donde mis compañeros me han reservado un asiento en el centro. Mi ex, ella, almuerza sola, deprisa, de pie en la barra, luego sale del comedor con aire autosuficiente. Yo me hago la despistada, como si no me hubiese percatado del aceleramiento de los latidos de mi corazón ante el paso de ella a pocos centímetros de mi asiento. Entonces, uno de mis compañeros me comenta en baja voz:
- Apenas nadie la saluda, y dicen que, en su departamento, nadie le habla. ¿Sabes? no te creas que es el único mal bicho de Panolis, el mundo está lleno de gente que solo sabe vivir pisoteando a los demás, tú... no hagas caso.
Yo intento sonreírle mientras asiento con la cabeza, no respondo y todos retoman sus conversaciones mientras sorbo, poco a poco, mi cortado.
          El pez gordo esperó pacientemente un año y seis días antes de liquidarme. No me pilló desprevenida. Sabía que entre los dos había una cuenta pendiente. Fui incluida dentro de una reducción de plantilla de finales de año.
Dicen que antes de morir ves pasar tu vida frente a ti, como en una película, pues a mí me sucedió lo mismo. Mis años en Panolis pasaron frente a mis ojos en pocos segundos: rostros, anécdotas, encuentros... miles de recuerdos me asaltaron a cada paso que daba, como agazapados duendes al acecho de ser redescubiertos. Cuando aquella tarde salí de la fabrica no podía creer que por fin todo, todo, hubiese ya terminado. Tenía que sentir alivio, y de hecho eso sentía, no obstante ¿porqué aquel dolor se clavaba en mi pecho? No era por la perdida del trabajo. No. Si no por lo que hubiese podido haber sido, y núnca fue, de habernos tratado de una manera coherente. Y decente.
Y ya está. Historia terminada. Contada resumida y cortando muchos trozos, intensos, duros unos, tiernos otros, sorprendentes los que más, porque no olvidemos que éste es un relato corto y no da para que quepa todo el culebrón que pasamos.
     Bueno, retornemos al principio de la historia. ¿Recuerdas?
Me encuentro mirando mi reflejo en un escaparate y controlándome un ataque de ansiedad. Supongo que son las reminiscencias de la depresión. Me encuentro cerca de mi oficina del Servef. Vay a apuntarme al Paro.
Comienzo a pensar como suelo hacer en momentos "bajos" de mi vida, en mis antepasadas, en las mujeres de mi familia, ellas afrontaron muchas desgracias, por eso desde pequeña me inculcaron grandes valores y me descubrieron el verdadero sentido de la vida, que no es otro que morir siendo mejores personas de como nacimos. Sintiendo su apoyo reanudo los pasos.
Me detengo en el semáforo. Somos un nutrido grupo de peatones esperando que se ponga en verde. Cuando lo hace cruzamos a tropel la calzada. De pronto veo a una niña pequeña tropezar y caer al suelo, esparciendo su bolsa de "gusanitos", su madre lleva en brazos un bebe y no puede atenderla. Yo adelanto unos pasos, la recojo y la llevo hasta la acera, tranquilizo a la madre con un "no se ha hecho nada", le limpio las manos y la cara con un pañuelo de papel. Veo cómo una lágrima resbala desde sus ojos ingenuos, avergonzados y asustados. Se la seco mirándola con ternura pero fijamente, para que entienda "el mensaje". 
El mismo mensaje que siempre me dieron las mujeres de mi familia:
-No llores, no tiene importancia.... simplemente levántate y camina, vuelve a intentarlo. Adelante, siempre adelante.

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